Escribe: María José Correa
Alfredo Bryce Echenique no es el mejor escritor que ha parido la literatura peruana. Pero sin duda, ocupa un lugar privilegiado en el salón de la pluma, por su genialidad y calidez.
En el primer volumen de sus Antimemorias: Permiso para vivir, sus lectores nos damos de cara contra el suelo al descubrir que aquel protagonista de sus novelas, el pobre diablo que desfila por las páginas en blanco con mil y una experiencias exageradas bajo el brazo, resulta ser él mismo.
Con Bryce, el dogma de que uno escribe únicamente sobre lo que conoce se vuelve tan cierto como irónico, porque de sus experiencias han surgido personajes tan extravagantes como Martín Romaña y Manongo Sterne. Precisamente, son los protagonistas de sus libros quienes delatan al escritor peruano de ser un romántico empedernido, cuya pluma se remoja en el tintero de la ternura con gran facilidad. Esta hipótesis se fortalece cuando Bryce toma prestada una frase de su amigo y colega Gabriel García Márquez, y en la dedicatoria de La vida exagerada de Martín Romaña dicta la sentencia de que “es cierto que uno escribe para que lo quieran más”.
Los personajes creados por Bryce son un espejo del autor. Por tanto, si recordamos cada manía de esos antihéroes podemos rozar con la parte más humana del mismo Alfredo, que a través de seudónimos le cuenta al lector lo que ha vivido, sufrido y gozado, todo con el propósito de que lo quieran más.
Orgulloso de su motor para escribir, en 1985 Bryce expuso su pensamiento en una encuesta titulada “¿Por qué escribe usted?”, a la que respondían escritores de todo el mundo, entre poetas, novelistas y dramaturgos, quienes resumían en pocas líneas las razones de su vocación. Este compendio fue publicado en un suplemento especial del diario Libération de París.
En ese entonces, Bryce matizó su respuesta con pinceladas de su personalidad: “Yo escribo para que me quieran más y porque, francamente, creo que es lo único en lo que puedo ser útil en esta vida”. No creo necesario ser un gran maestro en alguna ciencia para entender esa frase, que ataca directamente el corazón del lector.
Bryce es un solitario, enamorado y desencantado de la vida. Desde su infancia en un internado británico, en Lima, el escritor descubrió que para él priman los afectos personales sobre los pensamientos y las ideas, y son sus amigos y sus amores los que agilizan su literatura. Personajes como Julius, Manongo Sterne, Carlitos Alegre y Juan Manuel Carpio, nos muestran a Bryce como un hombre que sólo se alimenta de afecto, y después de dicho banquete está listo para enfrentar a su máquina de escribir.
Pienso que Alfredo Bryce Echenique, con cada página que escribe, demuestra siempre estar a la altura de sus lectores, sobre todo por su condición humana, porque todos, de una u otra manera, buscamos siempre que nos quieran más.
Alfredo Bryce Echenique no es el mejor escritor que ha parido la literatura peruana. Pero sin duda, ocupa un lugar privilegiado en el salón de la pluma, por su genialidad y calidez.
En el primer volumen de sus Antimemorias: Permiso para vivir, sus lectores nos damos de cara contra el suelo al descubrir que aquel protagonista de sus novelas, el pobre diablo que desfila por las páginas en blanco con mil y una experiencias exageradas bajo el brazo, resulta ser él mismo.
Con Bryce, el dogma de que uno escribe únicamente sobre lo que conoce se vuelve tan cierto como irónico, porque de sus experiencias han surgido personajes tan extravagantes como Martín Romaña y Manongo Sterne. Precisamente, son los protagonistas de sus libros quienes delatan al escritor peruano de ser un romántico empedernido, cuya pluma se remoja en el tintero de la ternura con gran facilidad. Esta hipótesis se fortalece cuando Bryce toma prestada una frase de su amigo y colega Gabriel García Márquez, y en la dedicatoria de La vida exagerada de Martín Romaña dicta la sentencia de que “es cierto que uno escribe para que lo quieran más”.
Los personajes creados por Bryce son un espejo del autor. Por tanto, si recordamos cada manía de esos antihéroes podemos rozar con la parte más humana del mismo Alfredo, que a través de seudónimos le cuenta al lector lo que ha vivido, sufrido y gozado, todo con el propósito de que lo quieran más.
Orgulloso de su motor para escribir, en 1985 Bryce expuso su pensamiento en una encuesta titulada “¿Por qué escribe usted?”, a la que respondían escritores de todo el mundo, entre poetas, novelistas y dramaturgos, quienes resumían en pocas líneas las razones de su vocación. Este compendio fue publicado en un suplemento especial del diario Libération de París.
En ese entonces, Bryce matizó su respuesta con pinceladas de su personalidad: “Yo escribo para que me quieran más y porque, francamente, creo que es lo único en lo que puedo ser útil en esta vida”. No creo necesario ser un gran maestro en alguna ciencia para entender esa frase, que ataca directamente el corazón del lector.
Bryce es un solitario, enamorado y desencantado de la vida. Desde su infancia en un internado británico, en Lima, el escritor descubrió que para él priman los afectos personales sobre los pensamientos y las ideas, y son sus amigos y sus amores los que agilizan su literatura. Personajes como Julius, Manongo Sterne, Carlitos Alegre y Juan Manuel Carpio, nos muestran a Bryce como un hombre que sólo se alimenta de afecto, y después de dicho banquete está listo para enfrentar a su máquina de escribir.
Pienso que Alfredo Bryce Echenique, con cada página que escribe, demuestra siempre estar a la altura de sus lectores, sobre todo por su condición humana, porque todos, de una u otra manera, buscamos siempre que nos quieran más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario