Ernest Miller Hemingway
1
Todos estaban borrachos. Toda la artillería estaba borracha mientras marchaba por el camino, en la oscuridad. Iban a la Champaña. El teniente cabalgaba por los campos hablando con su caballo: “te aseguro que estoy borracho, mon vieux —le decía—. ¡Oh, estoy loco! ¡Loco, de veras!”. Toda la noche recorrimos ese camino. El ayudante pasó cabalgando cerca de mi cocina y dijo: “Va a ser mejor que la apagues”. Es peligroso. Pueden vernos”. Estábamos a cincuenta kilómetros del frente, pero al ayudante le preocupaba el fuego encendido en mi cocina. Era divertido ir por ese camino. En ese tiempo yo era cabo de cocina.
2
En Fossalta, mientras las bombas hacían pedazos las trincheras, él permanecía tendido, sudoroso y rezando: “¡Oh, Jesucristo! ¡Sácame de aquí! ¡Sálvame, querido Jesús, te lo ruego! ¡Cristo! ¡Por favor, Cristo! ¡Si me salvas de la muerte voy a hacer todo lo que digas! Creo en ti y le voy a decir a todo el mundo que eres lo más importante que existe. ¡Te lo ruego, Jesús de mi alma!” Más allá, el bombardeo siguió en otro lado de la línea. Él continuó abriéndose paso por la trinchera. A la mañana salió el sol y el día fue caluroso y sofocante, alegre y sereno. A la noche siguiente, de vuelta en Mestre, no le habló de Jesús a la mujer que se acostó con él en la Villa Rosa. Y nunca cumplió su promesa.
3
Estábamos en un jardín, en Mons. El joven Buckly llegó con su patrulla al otro lado del río. El primer alemán que vi trepó por la pared del jardín. Esperamos que pusiera una pierna encima y entonces hicimos fuego. Venía muy bien equipado. Un gesto de infinita sorpresa se reflejó en su rostro antes de caer. Después, otros tres escalaron el muro. Les tiramos, y a todos les pasó lo mismo.
4
Los seis miembros del gabinete fueron fusilados a las seis y media de la mañana contra la pared de un hospital. En el patio había charcos de agua. Las baldosas estaban cubiertas de hojas secas. Llovía fuerte. Todas las persianas del hospital habían sido cerradas. Uno de los ministros tenia fiebre tifoidea. Dos soldados lo trajeron a través de la lluvia y quisieron apoyarlo contra la pared pero él se sentó en un charco. Los otros cinco estaban junto al muro, muy serenos. Finamente, el oficial dijo a los soldados que no valía la pena obligarlo a mantenerse de pie. Cuando hicieron la primera descarga, él estaba sentado en el agua, con la cabeza sobre las rodillas.
5
Ese día hacía un calor terrible. Habíamos logrado formar una barricada perfecta a través del puente. Era sencillamente extraordinaria: una enorme y vieja verja de hierro forjado del frente de una casa. Pesaba demasiado para poder levantarla y se podía hacer fuego por las aberturas. Se verían obligados a trepar por ella para poder pasar, pero tenía una altura considerable. Cuando intentaron trepar les tiramos desde cuarenta metros. Arremetieron con violencia y al mismo tiempo varios oficiales empezaron a hacer algo en la base de la barricada. Sí, era un obstáculo perfecto. Sus oficiales eran muy hábiles. Cuando oímos la explosión nos asombramos hasta el espanto. Entonces tuvimos que retroceder.
6
Nick estaba sentado con las piernas desgarbadas contra la pared de la Iglesia. Lo arrastraron hasta allí para salvarlo del fuego de las ametralladoras que cubría la calle. Estaba herido en la espina dorsal. Su cara sucia sudaba bajo el fuerte sol. Era un día muy caluroso. Rinaldi, de anchos hombros, con sus pertrechos desparramados, yacía boca abajo en el mismo lugar. Nick miraba hacia adelante. Sus ojos brillaban. La pared rosada de la casa de enfrente había sido separada del techo por un boquete y una cama de hierro retorcida colgaba sobre la calle. Entre los escombros, a la sombra de la casa, había dos austriacos muertos. Más allá, en la calle, se veían otros cadáveres. Las cosas marchaban mejor en la ciudad. Mejor. Los enfermeros con las camillas llegarían de un momento a otro. Nick volvió la cabeza con cuidado y miró a Rinaldi. “Senta Rinaldi. Senta. Tú y yo hicimos la paz por separado”. Rinaldi estaba quieto bajo el sol. Respiraba con dificultad. “Patriotas, no”. Nick volvió a su posición anterior. Movió la cabeza con lentitud, sonriendo y sudando. Rinaldi era un público que desilusionaba.
De: Adiós a las armas.
1
Todos estaban borrachos. Toda la artillería estaba borracha mientras marchaba por el camino, en la oscuridad. Iban a la Champaña. El teniente cabalgaba por los campos hablando con su caballo: “te aseguro que estoy borracho, mon vieux —le decía—. ¡Oh, estoy loco! ¡Loco, de veras!”. Toda la noche recorrimos ese camino. El ayudante pasó cabalgando cerca de mi cocina y dijo: “Va a ser mejor que la apagues”. Es peligroso. Pueden vernos”. Estábamos a cincuenta kilómetros del frente, pero al ayudante le preocupaba el fuego encendido en mi cocina. Era divertido ir por ese camino. En ese tiempo yo era cabo de cocina.
2
En Fossalta, mientras las bombas hacían pedazos las trincheras, él permanecía tendido, sudoroso y rezando: “¡Oh, Jesucristo! ¡Sácame de aquí! ¡Sálvame, querido Jesús, te lo ruego! ¡Cristo! ¡Por favor, Cristo! ¡Si me salvas de la muerte voy a hacer todo lo que digas! Creo en ti y le voy a decir a todo el mundo que eres lo más importante que existe. ¡Te lo ruego, Jesús de mi alma!” Más allá, el bombardeo siguió en otro lado de la línea. Él continuó abriéndose paso por la trinchera. A la mañana salió el sol y el día fue caluroso y sofocante, alegre y sereno. A la noche siguiente, de vuelta en Mestre, no le habló de Jesús a la mujer que se acostó con él en la Villa Rosa. Y nunca cumplió su promesa.
3
Estábamos en un jardín, en Mons. El joven Buckly llegó con su patrulla al otro lado del río. El primer alemán que vi trepó por la pared del jardín. Esperamos que pusiera una pierna encima y entonces hicimos fuego. Venía muy bien equipado. Un gesto de infinita sorpresa se reflejó en su rostro antes de caer. Después, otros tres escalaron el muro. Les tiramos, y a todos les pasó lo mismo.
4
Los seis miembros del gabinete fueron fusilados a las seis y media de la mañana contra la pared de un hospital. En el patio había charcos de agua. Las baldosas estaban cubiertas de hojas secas. Llovía fuerte. Todas las persianas del hospital habían sido cerradas. Uno de los ministros tenia fiebre tifoidea. Dos soldados lo trajeron a través de la lluvia y quisieron apoyarlo contra la pared pero él se sentó en un charco. Los otros cinco estaban junto al muro, muy serenos. Finamente, el oficial dijo a los soldados que no valía la pena obligarlo a mantenerse de pie. Cuando hicieron la primera descarga, él estaba sentado en el agua, con la cabeza sobre las rodillas.
5
Ese día hacía un calor terrible. Habíamos logrado formar una barricada perfecta a través del puente. Era sencillamente extraordinaria: una enorme y vieja verja de hierro forjado del frente de una casa. Pesaba demasiado para poder levantarla y se podía hacer fuego por las aberturas. Se verían obligados a trepar por ella para poder pasar, pero tenía una altura considerable. Cuando intentaron trepar les tiramos desde cuarenta metros. Arremetieron con violencia y al mismo tiempo varios oficiales empezaron a hacer algo en la base de la barricada. Sí, era un obstáculo perfecto. Sus oficiales eran muy hábiles. Cuando oímos la explosión nos asombramos hasta el espanto. Entonces tuvimos que retroceder.
6
Nick estaba sentado con las piernas desgarbadas contra la pared de la Iglesia. Lo arrastraron hasta allí para salvarlo del fuego de las ametralladoras que cubría la calle. Estaba herido en la espina dorsal. Su cara sucia sudaba bajo el fuerte sol. Era un día muy caluroso. Rinaldi, de anchos hombros, con sus pertrechos desparramados, yacía boca abajo en el mismo lugar. Nick miraba hacia adelante. Sus ojos brillaban. La pared rosada de la casa de enfrente había sido separada del techo por un boquete y una cama de hierro retorcida colgaba sobre la calle. Entre los escombros, a la sombra de la casa, había dos austriacos muertos. Más allá, en la calle, se veían otros cadáveres. Las cosas marchaban mejor en la ciudad. Mejor. Los enfermeros con las camillas llegarían de un momento a otro. Nick volvió la cabeza con cuidado y miró a Rinaldi. “Senta Rinaldi. Senta. Tú y yo hicimos la paz por separado”. Rinaldi estaba quieto bajo el sol. Respiraba con dificultad. “Patriotas, no”. Nick volvió a su posición anterior. Movió la cabeza con lentitud, sonriendo y sudando. Rinaldi era un público que desilusionaba.
De: Adiós a las armas.
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