Como las necesidades son urgentes y nuestros emprendimientos inagotables acabamos con deudas en los bancos, en las cajas y en todo monte de piedad en donde haya dinero fresco. Nuestra vida empieza con una gigantesca ilusión por conquistar el mundo. Como las escobas nuevas, plenas de motivación, nos apropiamos de esa misión trascendente de impartir conocimiento. Aunque un traje elegantemente modesto y una corbata nueva son suficientes para cautivar un auditorio en nosotros surte efecto la energía emocional de un alumno agradecido a una boleta de pagos con innumerables descuentos.
Leemos lo que podemos y cuando concurrimos a una librería nos encontramos con esa sensación infantil que provoca, el desear y no tener, el juguete nuevo. Con secreta desolación, nos resignamos con los libros viejos y usados que encontramos en lo suelos y con todo ese caudal misericordioso de la entretela armamos nuestra biblioteca. Lo mejor de la vida se nos va en las aulas pero nadie se percata de nuestros sacrificios. Y cuando menos pensamos, el estar de pie hasta las últimas consecuencias, nos provoca tormentos circulatorios. En la universidad somos como los libros abiertos: maestros que enseñan.
Como en la escala de la perfección académica el conocimiento se renueva a velocidad inimaginable estamos obligados a los estudios postgraduales y doctorales para mantener la efímera de vigencia o finalmente tentar un cargo en la estructura burocrática. Porque el tiempo implacable nos enseña que somos perecibles se nos da por investigar y escribir para mantener a flote el buen nombre y echar unas gotas de agua en el inmenso mar del conocimiento. De privaciones y necesidades apremiantes construimos el mundo. Finalmente acabamos en las interminables colas de la seguridad social, la promesa de un ascenso o consumidos por la resignación de no poder hacer realidad nuestros sueños o un viaje inesperado al extranjero.
Somos como una lámpara que en su juventud alumbra con vivo fuego hasta que poco a poco se agota el combustible y la luz se extingue ante el inevitable tiempo. Nos duele mucho en el corazón que los políticos en sus discursos digan que la educación es lo primero mientras los presupuestos asignados se quedan en el rasero. Así andamos alimentados algunos días por las promesas de un Estado al que poco le importan los maestros. En otras ocasiones engañados a perpetuidad por quienes ignoran nuestros indecibles esfuerzos.
Aquí estamos, convocados por la injusticia para reclamar lo que por derecho nos corresponde. Dicen que somos la inteligencia del Perú pero nos dan trato de infamia. Dicen que somos el futuro pero nos sumergen en el pasado y nos ignoran en el presente. ¿Cómo vivir contentos si incumplen impunemente con lo que la Constitución manda? . Somos la canción del pobre: ¿Hasta cuándo viviremos como la piedra rodada?
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